(Este post tiene una primera parte, que se puede leer aquí)
No, no me refiero a esa última pieza de bollería que se resiste a salir de la bolsa. Ni a la magdalena de Proust, al que no he leido porque estoy esperando a que hagan peli. Hablamos de la Magdalena Penitente, talla a tamaño natural del escultor español del siglo XVII, Juan de Mena. Que es la escultura de esta cariacontecida mujer que podéis ver bajo estas líneas.
Escultura que, hay que reconocerlo, y pese a incidir en la glorificación del sufrimiento típica del arte religioso español, es una obra bien bonita. Pues bien. Allá por diciembre de 2009, al OADIR le preocupaba el paradero de esta escultura. Y lo expresaba de este modo, tan emotivo como inexacto:
La «Magdalena penitente» de Pedro de Mena es una de las obras más impresionantes que hay en el Museo del Prado, y como lo religioso causa repelús y escozores en los espacios públicos deberá abandonarsu lugar habitual , siguiendo la polémica Sentencia del Tribunal de Estrasburgo que tanto le gusta a nuestro Gobierno (aunque luego nos digan que no les gusta), y deberá retirarse a meditar a otro sitio más oscuro y lóbrego o bien desaparecer bajo el martillo de los de la hoz. (Fuente)
Vaya, esto sí que es grave. Es decir, que el Gobierno español, guiándose por una sentencia del Tribunal de Estrasburgo que no tiene nada que ver con la cuestión (la retirada de los crucifijos de las aulas), había aprovechado para esconder esta obra de los ojos de los visitantes del Prado. Todo muy lógico, sí…
Una Magdalena desaparecida. Casi podría ser un caso para mi primo J.J. Aunque no lo recomendaría a él para este asunto. Que lo conozco y es un hombre de carne débil, tentación a flor de piel y si la encuentra, como poco, se la lleva de copas para que se le pase el disgusto. Que puede que la Magdalena sea de madera, pero J.J. no es de piedra.
Y en cualquier caso, tampoco hacía falta contratar a un profesional como J.J. Sólo informarse un poco. ¿Dónde estaba la Magdalena Penitente en la fecha de esa texto del Oadir? En Londres. ¿De shopping? Pues no, aunque tras 4 siglos con gesto de angustia, mal no le habría venido. No, la Magdalena no estaba arrumbada en un oscuro y húmedo sótano, sino expuesta, como una señora marquesa, en la muestra The Sacred Made Real, de la National Gallery de Londres.
Pero hay más. Es que antes tampoco estaba en el Prado. Antes estaba, vaya hombre, en un sitio que parece bastante indicado para una escultura que se considera obra maestra: el Museo Nacional Colegio de San Gregorio, en Valladolid, anteriormente llamado Museo Nacional de Escultura. “Ah, bueno, que fue a donde la llevaron desde el Prado” estaréis pensando. Pues tampoco; el Colegio de San Gregorio estaba siendo remodelado así que los fondos de su colección se podían contemplar en el Palacio de Villena, también en Valladolid. Que es adonde fue trasladada en el 2008 desde – esta vez sí- el Museo del Prado. (Todo esto lo explica muy bien el autor del blog Domus Pucelae)
Es decir, que para cuando el Oadir la da por desaparecida y degradada a algún sótano, la Magdalena llevaba dos años pasando de un sitio a otro. Eso sí, siempre tratada con la mayor consideración y ocupando lugares a la altura que merece. Primero a un palacio, luego al Museo Nacional y luego a la National Gallery de Londres. Tras lo cual, visitó Washington con la misma exposición, para finalmente volver en julio de 2010 a su lugar en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio. Peripecias todas que desde luego, nada tienen que ver con la resolución de Estrasburgo sobre los crucifijos en las aulas ni con la pérfida mano negra laicista que el Oadir cree ver.
(A la izquierda, en tóno cerúleo, la Magdalena Penitente. En el centro, de daltonic chic, la infanta Elena, y a la derecha, como dispuesta a llevarse la escultura en el bolso, la Ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde. La foto es de julio de 2010, en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio, cuando la escultura regresó a España. Para ser un sitio «lóbrego», como dicen los del Oadir, hay que ver la de gente importante que lo visita…)
Con todo esto da la impresión de que el Oadir, o lo que creo que es casi lo mismo: Antonio Alonso, visitó el Prado, vio que la escultura no estaba y, sin informarse al respecto, volvió a casa corriendo a vomitar sobre las teclas la patochada ridícula que podíais leer citada al principio de este post.
Un modo de conducirse difícil de entender en un señor Observatorio, con todas las letras, pero bastante comprensible si nos tomamos al Oadir como lo que es: un chiringuito católico radical que se ampara en un nombre rimbombante para soltarle bilis a una sociedad a la que – y ya va siendo hora de que lo asuman – lo religioso le importa cada vez menos.